Este orden mundial totalitario ocupa todo el espacio disponible: la izquierda, la derecha y el centro. Culturalmente se reproduce a la izquierda, que posee la hegemonía cultural en este nuevo orden mundial. En el espacio de la reproducción simbólica dentro del libre mercado, desregulada y transgresora, la cultura de la nueva izquierda post-marxista -fucsia por lo feminista y arcoiris por el LGBT+-, busca liquidar todas las figuras tradicionales: la familia (a la que vinculan con el patriarcado), la idea de Identidad (a la que vinculan con la idea de xenofobia), y al Estado soberano (considerado un resquicio fascista).
Desde un análisis marxista, podríamos decir que la cultura de la izquierda se transforma en la superestructura de la estructura económica capitalista. Es decir, la izquierda no es el espacio de contención de las lógicas del capital; al contrario, promueve su expansión (desregulación, liberalización, apertura) hacia el ámbito de las costumbres. Para esto, se vale de la falacia progresista, que plantea el valor superior de las ideas según su fecha de enunciación, siendo las más recientes las más válidas frente a aquellas consideradas «anticuadas». La idea de fondo es que debe destruirse y liberalizarse todo legado tradicional, así conlleve llevarse puesto toda postura comunitaria o de clase que frene el “progreso”. Así sacraliza lo realmente existente como lo mejor posible e impide el nacimiento de una alternativa. Para la izquierda lo realmente existente es la democracia y los derechos humanos. Cualquier crítica al orden mundial es un ataque a la democracia, y un fascista aquel que la enuncie.
Económicamente, el orden mundial se reproduce desde la derecha. La derecha económica se consolida con la tendencia a una economía despolitizada, libre, desregulada, con una única justicia: la del mercado. Se fundamenta en una antropología competitiva (la idea del “self- made man” y el “sujeto de rendimiento”). Pretende las privatizaciones, el desmantelamiento del Estado de bienestar y la ruptura con cualquier política estatal redistributiva. En el mejor de los casos, plantea un asistencialismo mínimo del Estado, manteniendo programas que garanticen cierta capacidad de consumo en sectores no productivos, pero sin enfocarse en la formación o creación de oportunidades reales para el trabajo, perpetuando la precariedad. Este es, quizás, el gran proyecto económico del globalismo: la renta básica universal.
Por último, si el orden mundial es de izquierda en la cultura y de derecha en la economía, es políticamente de centro. Se rige por un extremismo de centro, ya que la derecha tradicionalista y la izquierda comunista tienden a ser expulsados. Lo que queda es una homogeneidad bipolar entre una izquierda liberal y una derecha liberal: la coalición del “estamos todos de acuerdo”. Desde esta postura la política es una continuación de la economía por otros medios, reducida a una simple legitimación democrático- formal de mandatos impuestos desde lo alto: de los organismos multilaterales, trasnacionales, bancos u otros centros de decisión no soberanos.
El Estado existe y funciona para controlar al pueblo. Se entromete constantemente en la vida de las personas mediante las imposiciones biopolíticas, pero es incapaz de intervenir en la economía a favor del bajo. Además, cumple otra función: invisibilizar el disenso y promover falsas disidencias.
Las propuestas políticas son coincidentes, diferenciándose sólo en intensidad y radicalidad. Ambas partes se acusan mutuamente de manera infundada: la derecha tacha a la izquierda de comunista, y la izquierda acusa a la derecha de fascista; mientras tanto, ambos perpetúan las lógicas globalistas. Así, se divide a los sectores populares, mientras las élites llevan a cabo sus políticas de clase. Se crea la ilusión de pluralismo, cuando en realidad este se niega en su propia posibilidad. Lo que existe, en lugar de izquierda y derecha, es un monopartidismo competitivo: el Partido Único Globalista.»
Excelente articulo Facundo.
Por más jóvenes con esa claridad.
¡Adelante!